ATAQUE CON RAFAGA DE AMETRALLADORA
Eran las 8:05 de la mañana
del jueves 22 de marzo de 1990. Con la idea de viajar a Santa Marta para pasar
unos días de descanso en compañía de su esposa, el candidato presidencial de la
Unión Patriótica, Bernardo Jaramillo Ossa, ingresó al Puente Aéreo del
aeropuerto Eldorado. Momentos después, cuando se dirigía hacia la sala de
espera, rodeado de su numerosa escolta, un joven que fingía leer una revista se
levantó súbitamente de la silla y le descargó una ráfaga de ametralladora.
Mientras la escolta de
Jaramillo reaccionaba inmovilizando al joven agresor que portaba una
ametralladora Mini-ingram 380, el candidato presidencial constataba cómo se le
iba la vida. Después de desplomarse por los impactos de bala, de manera
desesperada se aferró a unas cortinas para tratar de ponerse de pie, pero antes
de perder el conocimiento resumió en un comentario a uno de sus escoltas y a su
esposa la convicción de su muerte: “Me mataron estos hijos de puta, no siento
las piernas”.
De alguna manera, se había
cumplido el destino que el propio Jaramillo había intuido desde que asumió como
presidente de la UP, en medio de otra tragedia para esta colectividad: el
asesinato de su primer candidato presidencial, Jaime Pardo Leal, perpetrado el
11 de octubre de 1987. Aquella vez expresó: “Sé perfectamente que mi vida ha
adquirido un nuevo peligro, esta posición puede costarme la muerte. Mi sangre,
entonces, serán nuevas gotas que segreguen al sacrificio y al holocausto por la
causa del pueblo”.
En aquella época, a sus 33
años, después de una exitosa carrera como dirigente sindical en la región del
Urabá antioqueño, el abogado manizaleño Bernardo Jaramillo Ossa oficiaba como
representante a la Cámara e integrante de la Comisión de Asuntos Laborales del
Congreso. Con su designación como presidente de la UP saltó al escenario
nacional asumiendo un erguido papel en defensa de su organización, y también
denunciando a quienes ya se habían ensañado contra este movimiento político.
Surgida como base esencial
de los acuerdos de paz entre el gobierno de Belisario Betancur y las Farc, la
Unión Patriótica ya era blanco de innumerables ataques del paramilitarismo, en
varias ocasiones asociado con integrantes de las Fuerzas Armadas. La mayoría de
sus congresistas, diputados, concejales o alcaldes electos habían sido objeto
de atentados, y su máximo jerarca Jaime Pardo Leal cayó abatido por las balas
asesinas, en un hecho que tuvo lugar cuando el líder político viajaba con su
familia hacia Bogotá.
Ante las evidencias,
Jaramillo Ossa no dudó en culpar al militarismo del magnicidio de Pardo Leal y
particularmente la emprendió contra el entonces ministro de Defensa, general
Rafael Samudio Molina a quien calificó como “el general de la muerte que quiere
la guerra”.
Como era de esperarse la respuesta de los generales fue contundente
y después de recibir el apoyo del presidente Virgilio Barco, calificaron las
expresiones de Jaramillo como “inmaduras, mendaces, ligeras e inapropiadas”.
Desde ese momento, las
relaciones entre Bernardo Jaramillo y los sectores de derecha fueron tensas. Ni
el dirigente de la Unión Patriótica se calló ni tampoco dejaron de fustigarlo
los más radicales opositores de cualquier intento de negociación con la
guerrilla.
Fueron dos años y medio en los que semana tras semana la UP tuvo que
asistir a funerales de sus miembros asesinados, tiempo durante el cual su
máximo dirigente fue ganando un protagonismo político que lo convirtió en
candidato presidencial.
No obstante, en medio de la
violencia circundante por la guerra entre el Estado y la mafia de Pablo Escobar
Gaviria, en el río revuelto empezaron a aprovechar otros grupos armados que le
daban fuerza al paramilitarismo en auge. En particular, después de sucesivas
matanzas para diezmar las bases políticas de la UP, especialmente en la región
de Urabá, el departamento de Córdoba y el nordeste antioqueño, desataron su
violencia los paramilitares de Fidel, Vicente y Carlos Castaño Gil.
En temas de narcotráfico, en
especial Fidel y Vicente Castaño compartían negocios con el Cartel de Medellín.
El menor de los tres hermanos, Carlos, no simpatizaba mucho con Pablo Escobar,
pero cumplía una labor que de alguna manera le era útil: asesinatos a diestra y
siniestra en Medellín que aumentaban el clima de terror existente. En la parte
culminante de la sangrienta campaña presidencial de 1989-1990, los Castaño
aprovecharon la crisis para cometer sus propios magnicidios.
Esta racha de crímenes
políticos de alto impacto se inició el viernes 27 de octubre de 1989, cuando
cuatro individuos asesinaron en su propia oficina al segundo vicepresidente de
la Asamblea de Antioquia y miembro principal de la UP, Gabriel Jaime Santamaría
Montoya.
Nunca se le explicó al país cómo los sicarios se abrieron paso a
través del Centro Administrativo La Alpujarra, en Medellín, sede de los
gobiernos departamental y municipal, para cometer el asesinato en medio de un
gran despliegue de Fuerza Pública.
No hubo custodia alguna. Los
asesinos pasaron con sus armas por los detectores de metales, eludieron las
imágenes del circuito cerrado de televisión y utilizando una subametralladora,
asesinaron a Santamaría Montoya en su oficina.
A sabiendas de que se trataba de
un crimen con inocultable complicidad oficial, la Unión Patriótica, en cabeza
de sus principales dirigentes, entre ellos Jaramillo Ossa, no dudaron en acusar
al paramilitarismo. Con un detalle adicional, en ese momento, además de los
nexos con algunas unidades de la Fuerza Pública, ya lo asociaban a Fidel
Castaño Gil.
El segundo episodio sucedió
cuatro meses después. Una de las personas más cercanas a Bernardo Jaramillo era
la alcaldesa de Apartadó (Antioquia), Diana Cardona Saldarriaga. De hecho, en
la región de Urabá, ambos habían liderado importantes procesos de recuperación
de tierras y defensa sindical.
La alcaldesa Cardona fue asesinada el lunes 26
de febrero de 1990, y una vez más quedó claro que, por el modus operandi de la
acción, al parecer el asesinato había pasado por complicidad de agentes del
Estado.
El crimen ocurrió de una
manera insólita. Hacia las 5:15 de la mañana, como era su costumbre, a su casa
situada en el barrio Altamira de Medellín, llegaron a recogerla supuestos
agentes del DAS para escoltarla hasta el aeropuerto Olaya Herrera. Ella abordó
sin prevenciones un vehículo Monza con los supuestos escoltas, y minutos
después, cuando llegaron los verdaderos, ya Diana Cardona estaba en manos de
sus asesinos. A las afueras de Medellín, con siete impactos de bala fue
encontrada acribillada al interior del mismo vehículo en las horas de la tarde.
El primero en reaccionar fue
Bernardo Jaramillo, quien no dudó en culpar al paramilitarismo y de manera
particular volver a exigirle al Estado que le hiciera frente a la organización
de Fidel Castaño. Además recordó que en apenas 57 días de 1990, ya habían sido
asesinados 66 integrantes de la Unión Patriótica. La guerra sucia estaba en
pleno furor y en la medida en que se avanzaba hacia las elecciones legislativas
del 11 de marzo fue peor. La voz de Bernardo Jaramillo retumbaba por sus
acusaciones.
A dos días de los comicios,
en el periódico La Vanguardia de España, el presidente de la Unión Patriótica
fue más allá. Acusó al gobierno de promoverse como campeón de la paz mientras
cargaba sobre sus espaldas el peso de más de 5000 asesinatos políticos y, en
particular, la emprendió contra el presidente Virgilio Barco, de quien dijo que
se había hecho el de la vista gorda ante el vínculo abierto que existía entre
militares y narcotraficantes para sostener e impulsar a los grupos
paramilitares en Colombia.
El Ejecutivo dejó pasar el
episodio porque en ese momento era más importante alentar la euforia desatada a
raíz de la Séptima Papeleta que abrió el camino a la convocatoria de una
Asamblea Constituyente. Pero una semana después del debate legislativo, el
ministro de Gobierno, Carlos Lemos, con una encendida declaración devolvió los
señalamientos de Jaramillo, al manifestar que el país estaba cansado de la
violencia y que la prueba era cómo en las urnas había salido derrotado el brazo
político de las Farc, según él, la Unión Patriótica.
Las declaraciones del
ministro Lemos atizaron el fuego de la controversia con la Unión Patriótica. Y
una vez más, Bernardo Jaramillo Ossa salió a responder. Calificó de “injuriosas
e irresponsables” las declaraciones del alto funcionario y añadió que no tenía
ningún derecho a condenarlos a muerte, pues con lo que había dicho, le había
puesto una lápida en el cuello. Esta intervención motivó una caricatura de Ari,
en el periódico La Patria de Manizales, donde aparecía la figura de Jaramillo,
con una lápida colgada en su cuello y un letrero que decía: “La UP es el brazo
político de las Farc”.
En este contexto, a las 24
horas, se produjo el atentado contra Bernardo Jaramillo Ossa. Según el reporte
del Hospital Central de la Policía, a donde fue conducido en estado de
inconciencia, cuatro heridas de bala en la región toráxica y el hipocondrio
izquierdo, acabaron con su vida.
El asesinato de Jaramillo Ossa le dio un golpe
mortal a la Unión Patriótica. Pero lo que vino después del crimen fue la
demostración de que como en el caso Galán, Guillermo Cano o tantos otros
magnicidios, lo siguiente iba a ser la impunidad.
El asesino de Bernardo
Jaramillo fue un muchacho de 16 años llamado Andrés Arturo Gutiérrez Maya.
Trabajaba en una fábrica para elaboración de tizas de tacos de billar, y fue
reclutado en las comunas de Medellín para perpetrar el crimen. Quienes lo
hicieron le dieron una cédula falsa y hasta momentos antes de perpetrar el
asesinato lo acompañaron en el aeropuerto Eldorado. El joven asesino fue
capturado, pero como era menor de edad no fue a la cárcel sino a un centro de
reclusión de menores infractores.
Entre tanto, el director del
DAS, general Miguel Maza Márquez, sin muchos elementos de juicio, acusó al
Cartel de Medellín de ser el autor intelectual del crimen de Jaramillo Ossa. Y
dijo saberlo porque supuestamente el organismo había obtenido una
interceptación telefónica en la que Pablo Escobar le reclamaba a uno de sus
sicarios cómo iba esa vuelta. Casi de inmediato, Escobar, desde la
clandestinidad negó la autoría del asesinato, se declaró admirador de Jaramillo
y dijo que, por el contrario, él había mediado varias veces para que socios
suyos no lo mataran.
Lo paradójico es que el
mismo día, desconocidos se comunicaron a varias estaciones radiales para decir
que el promotor del asesinato había sido Fidel Castaño y que ahora este coloso
de la guerra era el reemplazo de Rodríguez Gacha, abatido por la Policía en
diciembre de 1989. No obstante, esta hipótesis fue poco investigada. Además, el
joven sicario fue asesinado junto a su padre semanas después del crimen, cuando
hacía uso de un permiso para salir de su sitio reclusión. Una década después, el
jefe paramilitar Carlos Castaño, admitió que un frente de antisubversión civil
perpetró el crimen.
Hoy, 22 años después, el
asesinato de Bernardo Jaramillo Ossa sigue en la absoluta impunidad. Pero al
menos está claro que fue la organización de los hermanos Fidel, Vicente y
Carlos Castaño, la que concretó la acción en el aeropuerto Eldorado. Días
después también lo hizo con el candidato presidencial del M-19, Carlos Pizarro
Leongómez.
Los nexos entre Escobar y los Castaño siguen insuficientemente
documentados. Y los de ambos frentes de violencia con agentes del Estado,
también son un vacío histórico que la justicia aún podría entrar a llenar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
CUIDADO CON GERARDO ATUNCAR DELINCUENTE INFORMATICO